El alma de las piedras
El alma de las piedras cuenta dos historias separadas en el tiempo sobre el origen del mito jacobeo.
Martín de Bilibio es un monje ayudante del obispo Teodomiro que, en el año 824, asiste al milagroso descubrimiento de una tumba que se le adjudica al apóstol Santiago en base a unas endebles teorías. El portentoso hallazgo tiene su razón de ser, en principio, en la necesidad de un acicate que diera esperanza y fortaleciera la fe a los fieles de la zona de Galicia, abatidos por el abandono y arrojados a los ritos paganos que el obispado era incapaz de erradicar.
Veinte años después y unos días antes de la muerte del obispo, Martín de Bilibio emprende una extraña peregrinación llevando consigo un pergamino, que él mismo titula La Inventio, en el que explica cómo discurrió el hallazgo del excelso túmulo. Durante ese viaje será consciente del engaño urdido a su alrededor, en el que se mezcla, de forma muy artera, la realidad de las creencias herejes y los ritos paganos con lo sagrado. Además, en su camino se cruzará con un cantero con el que descubrirá los secretos de las marcas de las piedras.
Por otro lado, a finales del siglo XI, Mabilia de Montmerle, perteneciente a una familia noble del ducado de Borgoña, relata cómo por una traición a su padre, el conde de Montmerle, se ve arrojada a una huida constante que la obligará a entrar en un mundo de hombres. En su involuntario peregrinaje, recorrerá la senda de las estrellas que lleva a muchos hasta un lugar en el extremo más occidental, llamado el fin de la tierra, el finis terrae, donde todo lo pagano se sacraliza para “mayor gloria de Dios”. Será consciente de la evolución y la bondad que produce esa ruta: la construcción de ciudades, monasterios, caminos, puentes. Conocerá el lado más oscuro de los canteros y su extraña labor de “arrancarle el alma a las piedras”, con el fin de evitar el olvido, la ausencia de la memoria y mantener la dignidad del recuerdo.
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@níb@l 2018
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