El miedo del periodismo frente al accionar difícil de explicar de Gustavo Vera
Por Nicolás Lucca |
Falsas denuncias a parientes, ataques a la prensa y carpetazos al peor estilo de la SIDE kirchnerista. Todo es posible en el mundo del activista favorito del Papa cuando se le pregunta por sus negocios.
Un tipo escribe un texto en 2010 en el que señala que un activista social es utilizado por algún que otro servicio de inteligencia de alto rango para denunciar lo que les conviene. Por si fuera poco, tiene el tupé de decirle “Gordito usurpador”. Seis años después, un pibe que trabaja para ese activista devenido en legislador porteño, patotea públicamente al que escribió aquella nota. Seis años y un día después, en un programa de radio del que participa el autor de aquella antigua columna, entrevistan en vivo al activista social. Y se pudre todo.
Como autor de aquella nota recogí el guante agresivo de Gustavo Vera –el activista– y me trencé en una discusión en la cual Vera se ofendió porque seis años antes dije que él tenía contactos en lo que entonces eran las altas esferas de la Secretaría de Inteligencia. Tampoco le gustó que hace más de un lustro dijera que el listado de 600 prostíbulos se lo habían pasado sus amigotes, y se defendió diciendo que fue una tarea mancomunada. No supo explicar por qué no denunció el resto de los prostíbulos, ni tampoco por qué se atribuyó la investigación de los puteríos del entonces ministro de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni, recién cuando se dio a conocer la investigación que fue realizada por Facundo Falduto, de Perfil.com, y por Federico Fashbender, hoy Infobae, entonces Diario Libre. También se tomó a mal que le llamara gordito usurpador. Primero le jodió lo de gordo –no, no es broma– y segundo, lo de usurpador. La discusión fue de lo más pintoresca ya que el decía que había sido sobreseído en 2010 del delito de usurpación. Y sí, si el inmueble fue expropiado en 2007. Esto último no quita que haya usurpado durante más de cinco años el inmueble que antiguamente fuera la pizzería La Alameda en Floresta. Y se lo hice saber.
Evidentemente no le gustó nada y cinco minutos después de cortar una entrevista en la que se ofendió por haber sido acusado de servilleta, empezó una catarata de hostigamiento público hacia mí que sobrepasó cualquier expectativa democrática de parte de un legislador. Puntualmente, porque fueron once horas consecutivas de ataques virulentos, con falsas acusaciones, y embarrando la cancha con cuestiones que tienen que ver con mi padre, mi madre y nuestra buena honra. Once horas de mentiras, una tras otra, por haber cometido el terrible error de decir lo que sus propios ex colaboradores dicen: que chichonea laboralmente con uno de los peores personajes de la ex SIDE, Fernando Pocino.
Los muchachos del Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) se hicieron los boludos olímpicamente. No es que no se enteraron, sino todo lo contrario: “La Comisión Directiva de FOPEA analizó el caso de la disputa entre el periodista Nicolás Lucca y el legislador Gustavo Vera y llegó a la conclusión de que no se trata de un ataque a la Libertad de Expresión“. Por si fuera poco, los colegas dicen que hubo “acusaciones mutuas que datan de hace tiempo” y que “los periodistas no tenemos ningún privilegio a la hora de realizar o recibir críticas”. Diría que es polémico que hayan dicho que los ataques de Vera hacia mi persona no ameritaban ninguna intervención, dado que “sería contraproducente salir en repudio a cada crítica que se la hace a un periodista“, pero polémico es un gol en offside. Honestamente, no esperaba mucho luego de que también miraran para otro lado cuando Jorge Rial insultó y amenazó a Daniela Bianco por hacer su trabajo de periodista, pero nunca se pierden las esperanzas.
Hoy da cierta ternura verlos defender a Ingrid Beck de Barcelona, cuando Ingrid se ha caracterizado por ridiculizar cada vez que pudo la labor de cualquier colega. Y sé de lo que habló porque también padecí sus dardos públicos por contar una historia dolorosa de violencia familiar. Pero es el periodismo que tenemos hoy en día, ese periodismo de escritorio y reuniones en las que se la pasan comparándose los egos.
En los últimos meses vi colegas desfilar por oficinas públicas que van desde la Jefatura de Gabinete hasta la Agencia Federal de Inteligencia, extorsionando con ventilar que la cuñada de un director general tiene un primo que en la primavera de 1987 se fumó un porro en Villa Flandria, salvo que aporten el dinero necesario para evitarlo, o que coloquen la pauta que necesitan. También los veo debatir la innovación del periodismo que creen pasa sólo por la tecnología. Nunca entendieron que no fue la revolución tecnológica la que les robó el protagonismo por no adaptarse a la modernidad: no fue el papel lo que empujó al consumidor a leer blogs; sino que fue la comunicación arcaica lo que sacó del juego a los periodistas del siglo pasado. Hablan de periodismo disruptivo como sinónimo de nuevas tecnologías de la comunicación, cuando no existió nada más disruptivo que los periodistas autodidactas y outsiders de la última década que salieron a comunicar lo que el conservadurismo del periodismo ortodoxo no quería, no veía, no sabía abordar. Y ahí están. Comparten noticias para alertar sobre los 26 casos de ataque a la libertad de prensa en España, pero no creen que casi un centenar de mensajes agraviantes públicos de parte de un funcionario sea algo para tomar en cuenta.
Sacando varias y honradísimas excepciones, la mediocridad del medio es apabullante y desalentadora. Tipos atornillados a sus puestos a la espera de la jubilación o de recibir, de vez en cuando, algún dato que les permita sumar notas a la eterna siesta sobre el colchón de laureles de cotillón que se forjaron con una bomba periodística hace tres siglos. Puede que lean estas líneas, aunque lo más probable es que el ego se los impida. Y si lo hacen, responderán al espíritu de cuerpo para justificar cualquier aberración que no amenace el statu-quo de la profesión en la que se mueren por ser el New York Times, pero sin esforzarse más que en buscar presupuesto.
Pero así están dadas las cartas y me la banco, aunque no lo acepto. Es más, sostengo que hay que refundar el periodismo de cero, quitarle su halo de misticismo, reventar la leyenda del romanticismo que convierte en héroes a tipos que sólo sabemos leer y escribir. Y no todos. Si se llega a dar o no, es indistinto a los fines de libertad. Después de todo, seguiré defendiéndolos gratis a todos y cada uno de los que prefirieron mirar para otro lado cada vez que se vean afectados en sus libertades de comunicadores, o cada vez que se sientan amenazados. Del modo contrario a lo que hicieron cuando un patotero papal hostigó a un periodista y a toda su familia por cometer el delito no tipificado de preguntar lo que los vigilantes del buen periodismo nunca preguntaron.
Porque si Vera se enojó y reaccionó de la forma peligrosa que lo hizo por la gansada que le tiré hace seis años, está claro que alguna fibra se tocó. Y ni me quiero imaginar cómo hubiera reaccionado si llegaba a mencionarle que las denuncias contra prostíbulos que realizó –algunas falsas, otras ciertas– eran para sacar los puteríos de los barrios pudientes de la ciudad, en su mayoría pertenecientes a “pitufos” de la exSIDE, para llevarlos a territorios de amigos, tal como confesara un excolaborador del apretador de Floresta. Ni quiero pensar lo que hubiera pasado si llegaba a preguntarle a Vera por qué hizo denuncias de un puñado de puntos de venta de estupefacientes cuando un relevamiento de su propia ONG que fue publicado en libro por la Legislatura Porteña y prologado por él, daba fe de un numero por demás superior, además de incluir quince laboratorios de cocaína.
No encuentro otra forma de ejercer el periodismo: opinar sobre lo que conozco, informar lo que sé, preguntar lo que no sé, cuestionar lo que no me cierra y exigir explicaciones. Obviamente esto no me ha generado grandes amistades, pero prefiero toda la vida que un Juez Federal me insulte, a creerme que es mi amigo y me venda pescado podrido. Del mismo modo que prefiero toda la vida que un mitómano ególatra me difame, a no arriesgarme a meterme con él por miedo a cómo reaccionará el Papa, como si estuviéramos en el siglo XII.
Entre tanta soledad, quiero rescatar a los colegas que sí se solidarizaron, a mis amigos, a mi familia y, fundamentalmente, a mis lectores. Una querida amiga me envió unas palabras de aliento y, ante mi puteada por la lógica crisis de Fe que puede desatar que un protegido del Papa intente destrozar al que se le cruce en el camino, me citó a Ezequiel 18:20, donde se dice “El alma que peque, ésa morirá. El hijo no cargará con la iniquidad del padre, ni el padre cargará con la iniquidad del hijo; la justicia del justo será sobre él y la maldad del impío será sobre él”. Lejos de ponerme místico, el mensaje me llegó. No como consuelo para mí, sino para mi viejo, que no tiene por qué sufrir el escarnio por lo que su hijo piensa, escribe, siente y hace. Porque si hay golpe bajo, es recurrir al ataque a terceros inocentes.
Es odioso tener que aclarar golpes bajos, así que me limitaré a decir que mi viejo no ha estado procesado, ni nada que tenga que ver con las causas que le asignan el cobarde de Gustavo Vera y su manga de monaguillos progres, del mismo modo que no fue echado de ningún lado. En realidad, lo que hace Vera –y siempre ha hecho– es largar información incomprobable para amedrentarme, no sólo con el Poder que tiene como legislador porteño, sino que también aprovecha que es “amigo” del Papa Francisco, y que tiene contactos fluidos con toda la runfla K y, como también sostiene Elisa Carrió, con él ex SIDE Fernando Pocino.
Lo patéticamente gracioso del asunto es que al gordo usurpador lo denuncian por trabajar para la ex SIDE residual K y utiliza los mismos mecanismos de apriete y coacción hacia un humilde periodista –tan corrupto que viaja en bondi y alquila– sin ningún apoyo salvo el de sus amigos y lectores. Al menos hubiera disimulado un cachito. No digo mucho, con dejar pasar un par de horas, alcanzaba. Pero esto de tirar tanta carpeta en minutos, no da como defensa. Es como que lo acuse de denunciar sólo a los talleres clandestinos que le son competencia y como defensa diga que le vendió un jean trucho a mi hermana en 2003.
Para redondear y ahorrar energías para la que se me va a venir encima, vaya mi agradecimiento para los colegas que se solidarizaron personal y públicamente: Ignacio Montes de Oca, Martín Liberman, Silvia Mercado, Facundo Landivar, Christian Sanz, Facundo Falduto, Daniel Avellaneda, Damián Taubaso, Leo Arias, Beto Valdez y Guido Gazzoli.
Y a seguir haciendo periodismo, gente. Después de todo, peor es trabajar.
@nib@l 2016
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