jueves, 21 de mayo de 2015

Ley de Murphy


Ley de Murphy Por Enrique Pinti



Como una especie de "Ley de Murphy" se repite una situación en cada acto eleccionario de nuestro país. Como ya se sabe la Argentina es algo excesiva en muchos aspectos y pasa por períodos absolutamente diversos a través de la historia. Así pasamos de no votar nunca a votar cada dos años, de períodos presidenciales de seis años a los de cuatro después de la última modificación constitucional. Luego, con las PASO, votamos muchas veces en cada provincia, los candidatos se multiplican, las internas se hacen cada vez más reñidas, los intereses se entrecruzan a veces en forma furibunda y las alianzas toman la apariencia del monstruo del doctor Frankenstein, o sea, una mezcla caótica de amigos, enemigos, rivales de otrora que se que se hacen compañeros de ruta por breve tiempo intercambiando elogios, insultos, chicanas, zancadillas, sonrisas para la foto y declaraciones rimbombantes y efectistas dignas de mejor causa.

En medio de ese laberinto de pasiones el votante debe decidir, según la elección, un poco a ciegas y dejándose llevar más por prejuicios y simpatías o antipatías personales, resultado de "cuestiones de piel" más que por reales convicciones, fidelidades partidarias o coherencia ideológica. A todo este desbarajuste hay que agregar esa especie de "Ley de Murphy" de la que hablábamos más arriba y que consiste en dudar del escrutinio si se pierde vociferando ¡hubo fraude! y festejar hasta el delirio si se gana aunque sea por cien votos, cantando y bailando (generalmente mal) con expresiones de cancha de fútbol de dudoso gusto exclamando ¡el pueblo supo votar! ¡ es claro que quiere un cambio!.

A todo este desbarajuste hay que agregar esa especie de "Ley de Murphy" que consiste en dudar del escrutinio si se pierde vociferando ¡hubo fraude!

Cuando se aquietan los ánimos, los escrutinios se completan, las bocas de jarro que comentan apresuradamente a las bocas de urna, callan y las sonrisas se convierten en caras adustas o los pesares se vuelven alegrías más o menos moderadas, comienzan de nuevo con escasos dos meses de plazo las estrategias de campaña y allá van políticos conocidos, ignotos, improvisados, veteranos, tramposos, honestos y demás variedades humanas a recorrer los intrincados senderos de la comunicación con el votante. Ese votante que es tan diverso, contradictorio y vario-pinto como la misma política y que tiene intereses reales, cosas que tiene, cosas que le faltan e historias de vida muy diferentes que marcan su tendencia ideológica que, en muchos casos, no tiene el tinte partidista de otros tiempos sino que está regida por "como le fue en la feria", o sea, como han influido sobre su bolsillo, su bienestar y sus condiciones de vida las decisiones de los que lo gobernaron. Y de poco valen las fotos, los slogans, la sonrisa seductora y los photoshop que, por bien hechos que estén, no podrán ocultar la historia de cada uno de los cientos de candidatos.

Hay que celebrar, festejar y apoyar estos treinta y tres años de democracia con votaciones periódicas que disfrutamos después de tantos períodos de gobiernos interrumpidos por tanques en la calle. Tanques que (todo hay que decirlo) contaron con el apoyo tácito de buena parte de la sociedad que nunca asumió su grado de responsabilidad y comodidad de, al no poder modificar una realidad que no le convenía, pensar que la fuerza de las armas podría arreglar las cosas por medio de la violencia y la censura. Por lo tanto no es esto una queja por la enorme cantidad de votaciones, sino una reflexión sobre la superficialidad de muchos arribistas que se cuelgan de cualquier tranvía para tener cinco minutos de fama confundiendo realidades, traicionando principios asociándose y desasociándose en menos de un suspiro gritando ¡fraude!.



@nib@l  2015

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