sábado, 30 de abril de 2016

El proximo es Patoruzu

Entrepisos, paredes dobles y una cueva de 300 metros cuadrados

Los secretos de las estancias de Báez.
Uno de los obreros que construyó espacios y escondites en Cruz Aike y La Julia mostró a Clarín  los planos secretos.

Ovejas. La casa de los esquiladores en la estancia Cruz Aike.

Entretechos. Entrepisos. Paredes dobles. Rincones y escondrijos disimulados aquí y allá, detrás de mampostería hueca. Espacios de todas las formas y tamaños, pensados y creados para esconder. “Están por todos lados en esas estancias. Yo mismo los hice”.
No se llama Carlos, pero así lo presentaremos porque fue una de las dos únicas condiciones que puso para contarle a Clarín su historia. La otra es que no orientemos las miradas hacia él ni siquiera a través de su descripción física. Tiene miedo, pero también mucho coraje: en varios encuentros breves y envuelto por una bufanda que apenas dejaba ver sus ojos, Carlos explicó las reformas que hizo en Cruz Aike y La Julia Río Bote, las dos estancias de Lázaro Báez que desde el martes revisa la justicia en busca de bóvedas y tesoros escondidos.


El primer contacto fue el martes a las 22.30, cuando Carlos se acercó al fotógrafo enviado por Clarín a Santa Cruz, Maxi Failla. “Trabajo como albañil y carpintero, y conozco cada milímetro de esas dos estancias”, empezó su relato, sin descubrir su cara ni para hablar. “Mirá bien, a ver si entendés”, siguió, mientras metía una mano entre sus ropas y sacaba unos planos arquitectónicos. “Acá están las plantas de las dos estancias. Pero la clave está en La Julia. Ojo, porque también hay otra Julia (La Julia Río Bote) en la zona. Esta queda cerca de Cruz Aike, a un kilómetro, mano Río Gallegos. Sólo se puede acceder a través de Cruz Aike, por una calle de tierra”, decía Carlos bajo la tenue luz del coche, y con un ojo en los planos y otro en su interlocutor.

“Mirá. En estos lugares me hicieron modificar ventanas, puertas y el hogar a leña. En varios de los ambientes también había entrepisos realizados por otros albañiles, y huecos que fácilmente se pueden tapar para que pasen inadvertidos como si se tratara de las paredes originales. Si Báez guardó plata en algún lado, es ahí. En Cruz Aike no hay nada”, evaluó el trabajador, con la frente perlada de sudor.
“Despues de la muerte de Nestor Kirchner, esa estancia La Julia fue cercada, iluminada y protegida con con alarmas por todos lados”, siguió Carlos, abundando en detalles sobre cómo se hicieron esos trabajos. “Cristina nunca fue a ese lugar, y quizás tampoco haya ido a Cruz Aike. El que sí estuvo fue Néstor, al menos una vez para una reunión en la que se habló del negocio de las represas sobre el Río Santa Cruz en las cuales también estaba metido Lázaro”. Efectivamente, en esos megaproyectos ahora frenados por el Gobierno Báez tenía puestos sus ojos: primero, porque compró a precio vil miles de hectáreas que quedarían inundadas por los embalses –y por las cuales él sería indemnizado por el Estado– y también porque junto a otros socios se presentó en la licitación para construirlas.
“Fijate acá”, siguió Carlos, ahora decididamente entusiasmado. “Debajo del living está la cochera que menciona Fariña en su declaración. Vamos a ver qué encuentra el fiscal. Porque en ese garage, detrás de una puerta (que quizás hoy este tapada) hay un sector de unos 300 mentros cuadrados, donde tranquilamente se podrían guardar cosas de todo tipo y tamaño”. Teléfono para el doctor Marijuán.
Sin bajarse la bufanda de la cara, el albañil continuó soltando datos y nombres. De toda la gente que sufrió los aprietes de Báez para que le vendieran sus tierras –un señora conocida como Pola a quien un administrador de Lázaro supuestamente le mató sus animales–; de personas aparentemente cercanas a los negocios del empresario kirchnerista, y hasta de testigos de discusiones increíbles, como un gendarme muy amigo de Kirchner que lo vio pelearse con Báez. “Discutían por un freezer lleno de plata que desapareció, poco antes de la muerte de Néstor”, sonrió Carlos.
Ayer se repitieron los encuentros con el fotógrafo de este diario. Entonces el obrero avisó que a La Julia Río Bote no hay casi cómo llegar, y que el alambrado perimetral está electrificado. “Ahí el casco es muy ostentoso, llama la atención en la zona”, explicó el albañil. Ayer, en el obrador de esa estancia encontraron más de diez máquinas de Austral Construciones, escondidas por miedo a que los obreros de la empresa enviada a la quiebra se las roben por falta de pago. Aunque tendrían cien años de perdón.
Informe: Maxi Failla.


 @nib@l  2016

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