El país insignificante que dejará Cristina
Es probable que Cristina Kirchner haya jugado en Rusia más un partido local que uno internacional. Fue, seguramente, una manera de continuar con su posicionamiento como una líder de izquierda para cuando ya no esté en el poder. Ése es el lugar que se reserva, como una figura duramente opositora ante el próximo presidente, sea quien fuere. Cree (y, quizás, es en lo único en que tiene razón) que la futura administración hará políticas más pragmáticas que la suya. La percibe a su derecha y quiere que así sea. El proyecto es, desde el principio, un extravío de la inteligencia por el sólo hecho de haber convertido la política exterior del país en un campo de batallas domésticas.
Sin embargo, el error es mucho más grande que esa lamentable confusión entre lo externo y lo interno. Por lo que dijo y por lo que insinuó en Moscú, fue una aceptación explícita de que sólo tiene dos aliados estratégicos, Rusia y China, y otros dos amigos cercanos, Irán y Venezuela. Ninguno de esos países vive en un Estado de Derecho. En todos ellos, las libertades públicas están suprimidas, el periodismo libre ha dejado de existir y dirigentes opositores están presos o muertos. En la etapa final de su mandato, Cristina Kirchner dilapidó el único capital que tenía su gobierno en el exterior: la defensa de los derechos humanos. Aunque aquí no es una sorpresa, afuera sí lo es. Esa defensa se agota en el juzgamiento de lo que pasó hace 40 años en su país.
Cristina elevó a Vladimir Putin al rol de protagonista clave en el mundo político y económico. No es verdad. Rusia padece una economía en grave decadencia por las sanciones que le aplicaron los Estados Unidos y la Unión Europea tras la invasión de territorios de Ucrania, y porque cayó el precio del petróleo y el gas, que son sus principales materias primas exportables. El supuesto liderazgo político de Putin se limita a su papel de bravucón militar, capaz de recuperar por la fuerza un territorio, el de la ucraniana Crimea, que considera ruso. Fue una clara violación del derecho internacional y de las formas modernas de convivencia entre los países. Fue también una extorsión a los países occidentales: una reacción militar de éstos ante la invasión de Crimea, y de otros estados de Ucrania, podría haber provocado una guerra mundial.
Cristina fue uno de los pocos líderes del mundo que apoyaron a Putin cuando éste invadió Crimea, y ahora acaba de acordar con el jefe del Kremlin que habrá ejercicios militares conjuntos entre Rusia y la Argentina. ¿Por qué se queja la Presidenta cuando los británicos aumentan su presencia militar en las Malvinas? ¿No está haciendo ella, acaso, todo lo posible para provocar la desconfianza internacional? ¿Qué objetivos comunes pueden tener los militares rusos y los argentinos que justifiquen maniobras conjuntas? Si bien es cierto que Putin la esperó con más promesas que anuncios, también lo es que la eventual construcción de una central nuclear en la Argentina por parte de Rusia agrega tensiones inútiles con Occidente.
Con todo, el acto más transgresor que cometió en Moscú fue referirse de manera peyorativa o crítica a terceros países o a otros líderes. Eso lo hacen sólo los países que están fuera de cualquier órbita. Se puede criticar a un gobierno extranjero desde el país que la Presidenta gobierna, pero no desde otra nación. Menos aún cuando Rusia pasa por momentos de enfrentamientos con los criticados por Cristina. No respetó un canon elemental de la diplomacia internacional.
Cristina está enojada con Obama y éste ha resuelto hacer poco y nada para conseguir su simpatía. El presidente norteamericano espera, sencillamente, que arribe un nuevo gobierno a la Argentina. La mirada de Obama a Cristina en la reciente cumbre de Panamá, que registró una elocuente media sonrisa del jefe de la Casa Blanca, fue el gesto de una despedida que oscilaba entre la ironía y la indiferencia. La Presidenta sabe leer esas expresiones y su resentimiento se agravó. Criticó desde Moscú a Obama por las exportaciones argentinas de carnes y limones.
El mayor reproche que la Presidenta le hace a Obama es que éste no detuvo la escalada judicial norteamericana contra el país impulsada por los fondos buitre. El gobierno de Washington se presentó ante la Corte Suprema norteamericana para respaldar la posición argentina; sostuvo que era mejor para el sistema financiero internacional que se respetaran las refinanciaciones de las deudas soberanas. La Corte no le hizo caso y decidió dejarle las manos libres al juez Thomas Griesa, quien ejecutó su sentencia, lo que concluyó en el actual default selectivo de la Argentina. Autorreferencial como siempre, Cristina tomó esas contrariedades como una cuestión personal.
Durante el primer semestre del año pasado, la Presidenta se esforzó en quedar bien con los Estados Unidos y Europa: en pocas semanas, acordó el pago de la deuda en default con el Club de París, pactó la indemnización a Repsol por la confiscación de YPF y arregló los pagos a empresas extranjeras que le habían ganado juicios al país en el tribunal internacional del Ciadi. En junio, la Corte Suprema norteamericana falló en contra suya, y ella se convirtió en el acto en una líder "antiimperialista". Obama dejó de tenerla en cuenta.
Cristina retó a Europa desde Moscú por sus políticas económicas de "ajuste". Es raro: la Presidenta reacciona furiosa cada vez que algún organismo internacional opina sobre la economía argentina, pero ella no se priva de meterse en cuestiones que no le conciernen. Fue especialmente agresiva con una referencia ("broma", la llamó) a la canciller de Alemania, Angela Merkel, quien se reunió varias veces con ella y con su marido. El gobierno alemán fue clave para destrabar el acuerdo con el Club de París, hace un año, porque Alemania es uno de los principales acreedores de la Argentina en ese organismo. ¿A qué se debió esa agresión entonces? ¿Fue, acaso, una frase de puro populismo dirigida a los partidos antisistema europeos? ¿Se siente Cristina cerca de esos partidos que describen y no proponen, surcados en algunos casos por ideas filonazis? Puede ser. El populismo no tiene ideología.
China es un interlocutor inevitable del mundo, pero no puede ser el único o uno de los pocos de la Argentina. Con Irán hay una disputa irremediable hasta ahora por su participación en el atentado a la AMIA. Venezuela es un caso patético de la impotencia latinoamericana. Varios países se escandalizaron por una declaración de Washington (impolítica e increíble) que la señaló como un riesgo para la seguridad norteamericana. Pero casi ninguno, menos la Argentina, se escandalizó por la arbitraria prisión de dos dirigentes políticos opositores venezolanos, Leopoldo López y Antonio Ledezma. América latina desertó en masa de la democracia, de sus formas y de su esencia.
Cristina está convencida de que hay un nuevo orden en el mundo, que desplazó a las antiguas potencias. Nada explica eso. China, Rusia, y hasta Irán, parecen aspirar a participar del juego en el tablero que está, no a reemplazarlo. Por eso, el discurso de la Presidenta es antiguo y no se corresponde con el de la posmodernidad que proclama. Esas posiciones afectan directamente a su país, al gobierno que la sucederá dentro de poco y a los argentinos que han deplorado siempre cualquier política de aislamiento. Es un discurso de cofradía dirigido sólo a sus cofrades. En Moscú, demostró cómo se las arregló para hacer de la Argentina uno de los países más imprevisibles (y, por lo tanto, más insignificantes) del mundo.
@nib@l 2015
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