domingo, 23 de octubre de 2016

Crónicas del culo

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CRÓNICAS DEL CULO

Aitor Arjol


El culo es una palabra capaz de generar mareas de estupor en muchos países, porque les parece un término tabú al que conviene referirse de forma más delicada, como “colita”, “trasero”, “nalgas”, “cuero” o “dulces posaderas”, para que no te miren como grosero o malcriado. Una palabra que simboliza perfectamente la rampante hipocresía y corrección política que vivimos.

Si no pruebe usted a decir “culo” en una reunión social de la farándula, en un contubernio de majaderos o en medio de una convención política. Comenzarán las miradas. Sonarán los dedos que apuntan despectivamente. Muchos lo tomarán como un atentado contra el buen gusto. Gente presuntamente de moral intachable pero que, fuera de las cámaras, son peores que el culo. Gente que ofrecen una imagen perfecta de integridad o que, como es típico de ahora, no ocultan sus actos inmorales porque les ampara su propia condición de… (Ustedes entienden). Gente que aparentan rezar a cada hora y muestran su honorable sentido de la educación, pero que ahí fuera su ética pesa menos que el cerebro de un pájaro.

Y sí el culo ahora es “objeto de discordia” en el ámbito artístico, tampoco hemos de sorprendernos. La propia banalidad del arte contemporáneo nos ofrece una buena medida de ello. Bien por el culo desde luego. Porque en estos días es noticia la aparición de “un culo gigantesco de seis metros, fabricado con poliuretano y ligeramente abierto, con la ayuda de una manos enromes”, una “pieza tridimensional y exageradamente realista” que “convoca todos los días a cientos de curiosos que se acercan a la Tate Britain, donde se exhiben hasta el 5 de diciembre los finalistas del premio Turner”.

La autoría de ese culo de semejante calibre corresponde a la artista Anthea Hamilton, y la explicación crítica a esta obra es la siguiente: su intención no es otra “que dejar bien expuesta la vulnerabilidad humana” en contraste con los cielos cambiantes que dan profundidad de campo a la obra y crean el efecto de un insólito avance de las posaderas hacia la curiosidad del visitante…”. Es decir, una justificación tan apasionante como el título que se dan a las ponencias en una universidad. Pareciera que la estupidez semántica es sinónimo de conocimiento, y que uno puede mandar a tomar por culo semejantes sandeces, nunca mejor dicho.

Será que para que te hagan caso o nombren doctor Honoris Causa en alguna universidad de postín habrá que hacer alguna ponencia titulada algo así como “Teoría por medio de la cual el culo genera una corriente de aire pelágica en forma de aerofagia vespertina”. Desde luego, no me negarán que es un título sin pelos en la lengua, aunque no sé qué tantos en el culo, porque ahora es de rigor depilarse hasta el vello de aquellas geografías.

De todas formas, con culo o sin cola, la cuestión se presta a una inevitable riqueza de connotaciones y denotaciones, porque el culo es una de las regiones con mayor número de significados en torno suyo. Desde mandar al mismo lugar a cualquier imbécil hasta indicar el grado de enojo, pues puedes estar hasta el culo de tanto despropósito. Pero si estoy vuelto un culo, es que me afecta un suceso embarazoso. Si algo no te importa, le puedes decir a alguien que se lo meta por el culo. Si eres de los que les importa un rábano lo que los demás piensen, también te importa un culo “el qué dirán”. Dar marcha atrás con tu vehículo, es darle de culo. Caerse del culo es sorprenderse, aunque la inteligencia política, de tan evidente no nos cae del trasero. Pero fíjense que muchos ecuatorianos no suelen apretar el culo en eso de ser puntuales.

¿Saben qué? Entre toda discordia acerca del culo, en todas partes cuecen habas, porque cualquier culo echa mierda, así te partas el culo buscando cualquier lugar perfecto. Ustedes se habrán encontrado lameculos en todas partes, y a pesar de que nos pique el culo, los tenemos que aguantar. Se trata de afrontar el reto, o de “coger culo y pagar con chapa”, como dicen en Venezuela. El caso es no quedarse sentado, de forma que se te borre la raya del culo, sino quedarse en un punto de la frontera entre la prudencia y cierto grado de valentía. Ya saben: eso de ser libre o que cada quien haga de su culo su propio florero.

Una única recomendación: procuren reservarse el uso del culo en ciertas situaciones comprometidas o sujetas a la mala interpretación, porque debe reconocerse que ciertas acepciones del culo conllevan un componente denigratorio que, ni siquiera apelar al sentido del humor sirve como disculpa.

Es el caso de los “culeros”, ¡que vaya palabrita les dejó Dios en algunos países! En algunos contextos se puede referir a ciertos lupanares donde abundan mujeres de buen ver, pero nada que ver si consultamos el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, el cual nos remite a los culeros como persona cobarde, deshonesta, poco confiable, o el equivalente al personaje que carga la droga en el interior de su cuerpo. En otros países de Centroamérica los culeros son meros, cobardes o tontos.

Sin embargo, en Argentina y Uruguay los culeros llevan consigo cierto halo de leyenda gaucha, porque forman parte de las prendas hechas de piel de carpincho o ciervo, que llevaban los jinetes para protegerse de las rozaduras y posteriormente, se fue transformando en un medio delantal.

Por lo demás, también entenderán otros posibles significados acerca de los culeros, sobre los que antepongo una cortina de humo hipócrita, porque también tengo que parecer “políticamente correcto”.

Por suerte, no tengo deudas con nadie al enumerar toda esta sarta de ejemplos, porque de tenerlas, debería hasta el culo. Espero que llegados a este punto los lectores hayan tenido suficiente culo por el día de hoy.

Fuentes:

http://www.elplural.com/…/un-culo-de-10-metros-en-la-tate-b…
http://www.elmundo.es/…/2016/09/28/57ebb31246163f02458b4620…
http://informe21.com/…/63-expresiones-con-la-palabra-culo-q…

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@nib@l  2016

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