Platero y yo
Los dos iban juntos a todas partes, o a casi todas, y, mientras tanto, charlaban de las cosas sencillas y profundas de la vida, de las cosas del corazón. Era el hombre el que hablaba, claro, pero el burro lo escuchaba con cariño, atentamente.
Los dos vivían en un pueblo de Andalucía, caminito de Huelva, que se llama Moguer. En aquel lugar, la mayor parte de las casas son bajas y blancas y tienen geranios y claveles en todas las ventanas. Es un lugar alegre, y el aire huele a pinos y a mar, a limoneros y naranjos en flor.
El hombre se llamaba Juan Ramón Jiménez y era poeta.
El burro se llamaba Platero, y, de tanto oír a su dueño, también acabó siéndolo.
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