Puto el que lee
Diccionario argentino de insultos, injurias e improperios.
No hay sociedad, cultura o civilización en la historia de la humanidad que no tenga o que no haya tenido insultos. Desde la prehistoria hasta nuestros días, las mujeres y los hombres han necesitado de los insultos, esas descalificaciones, entre burlonas y violentas, para desahogar tensiones, descomprimir conflictos y continuar con los quehaceres cotidianos. En ese sentido podría afirmarse que el insulto tiene una función liberadora en los espíritus de la gente, y que resultan indispensables a la hora de saldar conflictos, hacer borrón y cuenta nueva, y seguir adelante con el espíritu libre de rencores.
Habíamos comprobado que los argentinos alcanzan lo mejor de la agresión verbal, tanto sutil como barriobajera, de la lengua española, pero hasta hoy no podíamos decir con qué profundidad y rigor esto era así. Basta ver la cita que abre el libro, una rotunda afirmación de la necesidad del insulto: «Sólo existen dos motivos por los cuales una persona puede no haber proferido un insulto jamás en su vida: que sea un pelotudo de mierda o que sea un hijo de remil putas» (Proverbio chino).
Los ejemplos que ilustran cada voz son morrocotudos, con una tremenda insistencia en la sexualidad desbocada, expresada de manera profusa, explícita, hiriente, explosiva. En ellos vemos, sobre todo, el saludable regocijo nocturno de la panda de autores que han pergeñado este diccionario. No pondremos ejemplos aquí porque uno no sabe bien cómo seleccionarlos adecuadamente. Cómprenlo y léanlo entero, si pueden. Y no olviden estudiar los anexos finales, con sus útiles cuadros para la construcción de insultos simples y compuestos, más la pequeña guía gráfica de gestos insultantes
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