La rebelión de las ratas
Si los accidentes en las minas de Colombia ya hubiesen cesado, o si las condiciones bajo las cuales trabajan los mineros no tuvieran el mismo cariz de injusticia y esclavitud desde hace algunas décadas, este libro, La Rebelión de las Ratas, podría leerse a modo de documento histórico. Pero como no es así, como las minas siguen sepultando centenares de hombres por año, hombres pobres, por supuesto, que buscan una forma honrada de sobrevivir, y como las multinacionales explotan hoy con más ferocidad nuestro territorio, pagando miserias a sus “empleados”, y obligándolos a “trabajar” en condiciones infrahumanas; como todo esto perdura, la obra de Fernando Soto Aparicio más que historia, es todavía nuestra realidad.
Es verdad que la novela nos traslada muchísimo tiempo atrás, cuando el paisaje rural de Colombia empezaba a transformarse, y los campesinos, acostumbrados a las faenas del campo, dejaban sus cultivos para alzar las picas en los socavones en donde los extranjeros, con el visto bueno del Estado, buscaban carbón o piedras preciosas. La obra nos remonta a esa metamorfosis del campo colombiano: la naturaleza reducida a la simple explotación industrial, el campesino convertido en obrero; sin embargo, entre aquella época y la que nos ha correspondido a nosotros vivir, no hay muchas diferencias; incluso, la actualidad podría interpretarse como el simple recrudecimiento de todas las crisis que ya desde entonces eran palpables.
plasma la angustia de los mineros colocados frente a una situación totalmente injusta. El minero colombiano devenga un jornal de miseria, mientras se importan extranjeros que reciben sueldos fabulosos. El hombre de esta tierra pierde su derecho a la rebelión y a la protesta, es amordazado, es dominado desde el púlpito por la voz del cura, es asustado desde las oficinas por los invasores extranjeros, es supeditado por el elemento militar que le obliga a hacer lo que no quiere. Y cuando por último el pueblo se quita la mordaza de la resignación, y grita, encontramos que el protagonista, como todos los redentores, muere; pero su idea sigue viviendo, ya que la rebelión, como camino contra la opresión y la injusticia, sigue abierta en los horizontes de América
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