Los muchachos de zinc
Cuando los soldados soviéticos invadieron Afganistán, iniciando una absurda guerra que duró 9 años, un mes y quince días, entre 1979 y 1989, yo estudiaba periodismo. Las pruebas de actualidad del ramo Periodismo Informativo I contenían habitualmente preguntas sobre las acciones en ese remoto y montañoso país. Había que conocer nombres como Babrak Karmal, ubicar Kabul en el mapa, saber que a Brezhnev lo sucedió Yuri Andropov como secretario general del Cómite Central de URSS en un breve liderazgo marcado por su mala salud y que luego vino Konstantin Chernenko, y que ese conflicto era quizás el último resabio de la llamada Guerra Fría.
Nada supimos de los 15 mil soldados soviéticos, conscriptos casi todos, que murieron apoyando a un régimen rechazado por la resistencia integrista Muyahidín. Jóvenes que fueron a la muerte convencidos de que iban a apoyar social y económicamente a un país amigo. A construir escuelas y plazas, a arar y cultivar la tierra, y que en vez de eso mataron y murieron. Ese conflicto hoy es conocido como el Vietman de la URSS por su alto costo económico y por la inutilidad total de esos miles de muertos engañados, que el régimen devolvía a sus madres en ataúdes de zinc sellados. Ninguna pudo asegurar nunca que allí dentro estuviera el cuerpo de su niño.
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Miguel Ángel López
Departamento de Antipiratería.
Penguin Random House Grupo Editorial S.A.U.
@níb@l 2017
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