El síndrome tóxico: 650 muertos y más de 60 000 afectados, la mayoría de por vida, en la primavera de 1981. Al principio, muchas hipótesis y líneas de investigación. Demasiadas. A continuación, el abandono de muchas de esas hipótesis y líneas. Demasiadas. Desde entonces, muchas coincidencias y casualidades. Demasiadas. Y demasiadas son también las presiones y las incongruencias, porque demasiadas obviedades no pueden ser cubiertas ni acalladas por el pacto de silencio. Un pacto que tiene su fiel reflejo en el grito que una y otra vez se oía en el pabellón de afectados por el síndrome, habilitado junto a la sala en la que iba a iniciarse el juicio de la Colza. «¡A los que digan que no fue el aceite, los vamos a matar!». Pues aquí se dice que no fue el aceite. Y se repite después de que —empiezan las casualidades y coincidencias— muchos investigadores que se empeñaron en probar que la causa del síndrome fueran productos organofosforados sufrieran coincidentes y casuales cánceres, y algunos murieran. Pero es que los organofosforados son producidos por multinacionales, mientras que el apaño de tratar la colza con anilinas fue cosa de un puñado de comerciantes aceiteros. Y es que los organofosforados son armas de la guerra bioquímica, que está siendo desarrollada por las grandes potencias y protegida por los servicios secretos, mientras que la colza con anilinas es una chapuza impresentable. Pacto de Silencio es una investigación seria y una denuncia fundamentada de todo el montaje, de ese pacto de silencio destinado a echar tierra encima del asunto. LA CIENCIA: a los 8 meses ya sabía cómo curar a los afectados. EL PODER: acusa y encarcela a los industriales del aceite de colza.
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