Bajo las ruedas
Hans Giebenrath era un jovencito sensible y solitario cuyo enorme talento para los estudios le permitía soñar con un futuro respetable. Por lo tanto, llegó a la edad de la pubertad generando enormes expectativas; sus padres y profesores se hinchaban de orgullo tan solo por tener en su familia o en sus aulas a un muchacho tan avispado. Desafortunadamente, el sistema educativo de su época no estaba diseñado para fomentar (ni siquiera tolerar) a genios en potencia. sino para formar "buenos ciudadanos" civilizados y obedientes. O como precisa el propio Hermann Hesse: ciudadanos buenos para nada.
Resulta curioso corroborar que hoy en día la problemática es la misma; seguimos formando peones mediocres en lugar de verdaderos talentos o baluartes del pensamiento. Tal como le pasó a Hans Giebenrath, los niños prodigio de la academia, las artes y los deportes siguen llevando a cuestas una pesada carga de exigencias poco acordes con su edad. Los profesores les abruman sobre estimulando sus habilidades y se olvidan de su desarrollo emocional, factor indispensable en estas fases iniciales del crecimiento generando la siguiente disyuntiva: si el niño tiene éxito será a costa de su infancia (lo cual ya es trágico), pero hay algo mucho peor; si fracasa no será querido por nadie.
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