El hombre que caminaba solo
Un pasado turbio. María Ángels está postrada en una silla de ruedas y no puede quitarse de la cabeza el recuerdo de la cara de su hija, emergiendo del agua; tomando aire. Una cara que desdibujaba todos los rostros del espanto; sus ojos abiertos. Su boca en una O perfecta gritando a voz en vivo que la ayudaran. Sin embargo, se ahogó. Emilio, su pareja, se tiró al agua, pero solo pudo salvar a su propia hija; Aina. Desde entonces, cada día que amanece es un calvario y cada noche que acecha es un vómito. Treinta años después, en Amer, cuando caen las primeras castañas de los castaños, vienen los asesinatos. Emilio descubre varios dedos adoptando una forma estrangulada, que emergen de unas hojas secas. Los dedos muestran un color purpúreo y el hombre que caminaba solo, desde siempre, coge el teléfono móvil y avisa a la Policía Local. Cuando el coche patrulla con sus brillantes luces azules destellando entre las ramas de los árboles llega, Emilio no recuerda nada. El Alzheimer se le presenta en cualquier momento, pero cuándo está lúcido, regresa el perfil intelecto de su profesión, la psiquiatría, de la que ya no ejerce. Unas horas más tarde, cuando el juez forense levanta el cadáver, descubre que se trata de su hija Aina. Enloquece y sospecha de su hijo; al que abandonó treinta años atrás. Sin embargo, las huellas y el ADN encontrado en el cuerpo de su hija, son de si misma. Y las muertes se suceden alrededor de su familia y todas las sospechas conducen a su hija muerta. Entonces el inspector de Policía Andrés, de pocos modales y gran vicio por el tabaco, toma el relevo de la investigación con su peculiar astucia. Y no es casualidad que el inspector Andrés esté allí.