Sólo negocios, la oscura trama detrás del atentado a la AMIA
“No es nada personal, son sólo negocios”, dice el mafioso de rigor antes de pegarte cuatro tiros en cualquier filme del género. Y también esto sucede en Syrianah, donde la CIA y los capos del petróleo se unen para sacar del medio a quienes osen interferir en el arte del plin caja.
En el caso de las masacres de masas perpetradas en Buenos Aires en 1992-94, que transformaron el centro porteño en una sucursal de Beirut, también obedecieron a esa lógica. Y eso está profusamente ilustrado en el libro AMIA, la gran mentira oficial, de Christian Sanz y quien escribe estas líneas.
El padre del presidente oftalmólogo sirio, el dictador Hafez Al Assad, fue rápido para los mandados cuando en 1988 rompió con su tambaleante amigo soviético para asociarse al binomio Washington-Tel Aviv. Y de ese abrazo, como premio se le concedió la patente de corso para sus negocios sucios vinculados con la heroína siria. Gracias a eso, la CIA y el MOSSAD pudieron financiar operaciones clandestinas en todo el orbe, haciendo pito catalán a sus respectivos congresos. Ronald Reagan, William Casey, Oliver North, Al Kassar y otros impresentables se beneficiaron ciento por ciento mediante la venta ilegal de ese producto proveniente de las amapolas que crecían en el valle de la Bekaa.
No es improbable que Carlos Menem conociera aunque sea un poco de este entramado, cuando justamente ese año se entrevistó con el nombrado jefe de Estado. Pero pudo pecar de ingenuo al intentar traicionar ese pacto, sufriendo seguidamente tres consecuencias espectaculares que aún permanecen en la oscuridad del encubrimiento.
La embajada
La coqueta calle Arroyo, de Recoleta, aquel 17 de marzo de 1992 se transmutó en un escenario bélico al volar por el aire el edificio de la embajada israelí. El hongo de amonal fue el símbolo concreto del largo brazo de la venganza siria, al castigar de ese modo contundente la ruptura de los negocios con el régimen de Assad. Ante la presión estadounidense, traducida en la insistencia del entonces embajador Terence Todman, el menemismo dejó de lado el proyecto misilístico Condor II y el otorgamiento a los sirios de una central nuclear a Damasco quedó en letra muerta.
Percatado Menem de quiénes habían sido los perpetradores, intentó desviar la atención primero culpando a los carapintadas, para después echarle el fardo a Hezbollah, siguiendo el libreto del eje de poder citado arriba. Así, se instaura el cuento persa que apunta con su dedo acusador a Irán, supuesto mentor de dicha organización libanesa. Cuando en realidad, es Damasco quien se hace cargo de “bancarlos”.
La mutual
Ese lunes 18 de julio de 1994 la calle Pasteur vibró cuando a las 9:53 el edificio de la AMIA se derrumbó sobre sus cimientos. En un ataque calcado del anterior, de nuevo la venganza de los timados socios se hace sentir esta vez en el corazón mismo de la comunidad judía argentina.
Ante las cámaras, Carlos Menem pronuncia un aún inexplicable ‘’les pido perdón’’, y quienes lo escucharon cayeron bien en la cuenta de qué se tratada tan enigmática frase.
Seguidamente, el encubrimiento montado fue cada vez más complejo, configurando una comedia bufa en la cual entraban Beraja, la policía bonaerense, el ex gobernador Duhalde, Carlos Telleldín, el iraní Rabbani, la SIDE ; todos convocados con tal de embarrar la cancha y exculpar a los servicios secretos sirios. Ahí es cuando Menem, poniéndose el sayo de jurista, instala la culpabilidad de Irán al alegar poseer “semiplena prueba”.
En esta opereta intervienen efectivos del Tzahal israelí, el ejército, quienes insertan un motor trucho de Trafic para abonar la teoría del mentado y omnipresente coche bomba. Siguiendo al dedillo lo presentado por Tom Clancy en el libro y la peli Clear and present danger, acá conocida como Peligro inminente, los encubridores vernáculos asociados con la CIA y el MOSSAD tejieron la compleja trama que perdura hasta hoy, en gran parte gracias a los buenos y dilectos oficios del juez de la causa Juan José Galeano y la complicidad manifiesta de gran parte de la prensa.
El “accidente” de Menem Junior
El 15 de marzo de 1995 muere Carlitos Menem a bordo de un helicóptero, mientras volaba en las cercanías de la localidad bonaerense de Ramallo. Acompañado por el corredor de TC Silvio Oltra, el hijo presidencial pierde la vida en un extraño acontecimiento que la justicia argentina enseguida cataloga como accidente. Pero luego, empiezan a suceder extraños acontecimientos que ponen en duda flagrantemente tan precipitado dictamen. El juez de la causa, Carlos Villafuerte Ruzo accede a que la máquina Bell siniestrada fuese totalmente desguazada. Esto resultó muy extraño, sobre todo luego de que se conocieran fotos en las cuales dicho helicóptero estrellado aparecía soberbiamente acribillado a balazos.
Según versiones, el atentado habría sido cometido por tres tiradores dotados con fusiles FAL, utilizando la técnica de fuego cruzado, muy efectiva al respecto al ser corroborado años después en conflictos como el del Golfo.
La muerte extraña de una docena de testigos, más la desaparición de pruebas claves y otras relevantes irregularidades, motivaron a que Zulema Yoma y el abogado Juan Gabriel Labaké pidieran a la justicia la reapertura del caso en marzo pasado. Pero hasta hora, la cuestión sigue sin novedad.
Como siempre, la trama oscura de negocios y poderes ocultos siguen más fuertes que el insistente reclamo de verdad y justicia.
@nib@l 2018