Las mejores intenciones
Esta es la difícil historia de amor entre Henrik Bergman, joven estudiante de teología y Anna Ákerblom, hija única de una familia acomodada de Uppsala. Naturalmente, los hemos reconocido ya: se trata de los padres de Ingmar Bergman. La historia de Henrik y Anna empieza en 1909, durante la gran huelga, y termina diez años después, cuando el joven estudiante ya se ha convenido en sacerdote y su esposa —en un mundo lleno a la vez de luz y tinieblas— espera su segundo hijo. Este niño es el mismo que ahora intenta comprender al padre sombrío y represor y a la madre resignada y conciliadora en los primeros años de lo que pasaría a ser una relación familiar dolorosa y conflictiva. La prosa, liberada ya de la autobiografía, fue adquiriendo tal entidad propia, tal vigor narrativo, que Bergman terminó por convertirla, como observa un célebre crítico de su país, en «una historia de amor innovadora que se incorpora con todos los honores en la historia de la literatura sueca».
Las mejores intenciones fue concebida en un principio como la sinopsis de una posible película. Pero Ingmar Bergman fue elaborando el texto durante todo el verano y el otoño de 1988 de tal manera que se convirtió en una novela que decidió guardar en un cajón hasta que su amigo y discípulo Bille August terminara la preparación y el rodaje de la película tres años después. Ello no obsta para que haya servido de base para «quizás el guion más perfecto de cuantos Bergman ha hecho», según Ángel Fernández-Santos. Con él, Bille August realizó la millonaria producción televisiva en seis episodios de la que extrajo una película de tres horas que ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes de 1992.
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