Cosas que brillan cuando están rotas
El 11 de marzo de 2004 Madrid sufrió el peor ataque terrorista de su historia. Diez minutos después de que las bombas estallaran, sonó mi móvil. Entonces yo trabajaba como periodista. Tenía 24 años. Las dos semanas siguientes me las pasé en la calle, en los hospitales, en la morgue. Hacía frío en todas partes. Recuerdo ese frío porque nunca se fue del todo. Por eso necesitaba regresar desde la ficción a la quiebra de sentido que fue el 11 de marzo para mí. La ficción es siempre un ejercicio de superación. Necesitaba personajes que no entendieran nada, como yo, perdidos, atrincherados en alguna realidad sólida. Y necesitaba volver a todos los escenarios del 11M de la mano de una mujer que no solo llevara encima una rigurosa literalidad periodística sino también su propia fragilidad. Toda la información que aparece en esta novela es real. Y sin embargo se trata de un estricto ejercicio de ficción. Un viaje de la imaginación hacia una realidad movediza y llena de fisuras.
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