Al oeste con la noche
Cuando una de esas grandes sequías que castigan periódicamente África acabó con la fortuna y la granja de su padre había conquistado el desierto. Beryl Markham decidió permanecer en el continente negro. África ya la había hechizado para siempre.
Beryl Markham hizo cosas insólitas para una dama de su época: pasó la infancia cazando descalza con los nandi (una tribu nilótica), aprendió swahili y otros dialectos africanos, amaestró caballos de carreras, sabía cómo domar un porto levantisco, conocía bien los vientos, la brújula y el timón de su avioneta, y fue la primera persona que atravesó el Atlántico en solitario de este a oeste.
Aquella mujer a quien Londres le parecía un aburrimiento, que a los dieciocho años obtuvo la licencia de entrenadora de caballos de carreras, entrenó a seis caballos ganadores del Derby de Kenya, más tarde aprendió a volar, se convirtió en piloto comercial y en 1936 realizó el vuelo histórico de cruzar el Atlántico en solitario, huyó de la maldición del aburrimiento como del mismísimo diablo.
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