Que no muera la aspidistra
Gordon Comstock es un poeta frustrado dispuesto a llevar sus ideales hasta las últimas consecuencias. Rechaza un lucrativo trabajo como publicista para aceptar un humilde puesto en una destartalada librería de Londres que apenas le da para comer. Eso sí, le permite ser fiel a sus principios. Su firme determinación es alejarse de la seguridad simbolizada por la flor de la aspidistra, presente en todas las ventanas de los hogares de clase media británicos y emblema de una existencia desahogada. Gordon prefiere pasar las noches temblando de frío en su habitación alquilada mientras intenta escribir, ensimismado en su sueño de noble pobreza. Pero la exclusión y la marginación acabarán por darle una importante lección de vida: «Los principios están muy bien, siempre que no haya que ponerlos en práctica».
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