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domingo, 29 de octubre de 2017

Estamos matando a La Tierra (NO al FRACKING)

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Frack you

Jamás hemos tenido la libertad de elegir realmente con qué energía desplazarnos.
Frack you
Por Eugenia Segura*
Hace tiempo que busco en los clasificados algún autito usado, con un motor que ande a energía solar (hasta eléctrica me estiro), pero, aunque les parezca mentira, jamás he encontrado ni siquiera uno. Y eso que están diseñados desde los años 80 (debería haber de todo tipo, marca y modelo, por lo menos desde hace ya tres décadas). Y eso que, doy fe, existen: yo misma los he visto andando y todo, siempre detrás de una pantalla, porque en las calles, cosa curiosa, tampoco he visto ninguno. Si alguien sabe de alguno que esté barato, por favor que me avise. No pierdo la esperanza, aunque supongo que ustedes, al igual que yo, jamás hemos tenido la libertad de elegir realmente, en medio de esta guerra de los combustibles, con qué energía desplazarnos.
Visto desde esta perspectiva, seríamos, a esta altura de la historia –julio de 2013– más o menos unos nueve mil millones de rehenes de un grupito de tipos, tan fósiles como los combustibles que nos venden, que se obstinan en la estupidez de que paguemos muy caro (mucho más de lo que nos imaginamos)por unas sustanciasmalolientes, tóxicasy cada vez más escasas: lo saben perfectamente, lo sabemos: el petróleo y sus derivados no tienen futuro.Ya se ha extraído la mayor parte de las reservas de fácil acceso, desde que John D. Rockefeller usufructuó el más voraz monopolio de oro negro, allá por la segunda mitad del 1800, a esta parte en que la demanda energética mundial crece exponencialmente.
Todo es cuestión de tiempo: en apenas 150 años, todo el ¿inmenso?, ¿incalculable? volumen de petróleo, gas, carbón etc. que ya hemos extraído, por decirlo así, del primer sótano o subsuelo, lo hemos quemado y puesto por los aires. O sea, en un lapso de apenas tres o cuatro generaciones (medidas en tiempo humano, porque en tiempo planeta es menos que un parpadeo), le cavamos un agujerito a la capa de ozono, llenamos la atmósfera de gases de efecto invernadero, y aumentamos prácticamente en un grado la temperaturade esta nave tierra en la que, aunque usted no lo crea, viajamos todos los días a través del sistema solar, sin tener que pagar el pasaje.
Y, como reza el viejo adagio, «lo que es arriba es abajo»: mientras el precio del petróleo –el de mentira y el verdadero– está por las nubes, nuestros nueve mil millones de pulmones se ven obligados a respirar todo eso, los árboles en las calles se cubren de una capita negra perceptible con solo pasarles por la corteza un dedo (hágalo usted mismo), y las vecinas en las veredas, la gente en los bareso, lo que es peor, los hombres de negocios en los ascensores, aflojándose la corbata y haciéndose los que no tienen nada que ver con esto, comentan cada vez con más frecuencia «¡qué calor espantoso!» o «¡qué frío tremendo!», en todos los idiomas y de acá a la China.
Entretanto, los obcecados megamillonarios que controlan el flujo de las bombas de nafta –y las de pólvora y las atómicas y todas las que vos quieras–, angustiados anteuna posible, inevitablemerma en sus futuras billeteras, han decidido exprimirle a la tierra hasta las últimas gotitas escondidas en la piedra más dura del subsusubsuelo. Porque esa sería, en síntesis,la explicación de la «técnica del fracking»:el gas o petróleo no convencional se encuentra en pequeñas burbujas, a veces microscópicas, encerrado en lo más hondo de las rocas más duras o, a veces, en el más glacial de los hielos. Para extraerlo se hace una perforación en vertical de hasta 5.000 metros de profundidad, y otra horizontal de 1,5 km hasta 3 km. Entonces se le inyecta agua (mucha) a altísima presión, con más de 500 sustancias tóxicas (la lista de productos utilizados varía de una empresa a otra y está siempre rodeada de un halo de misterio: a los frackers se les cuestiona que nunca dicen exactamente en qué cantidades y cuáles sustancias van a utilizar) que atrapan las burbujas de gas o petróleo en las fracturas previamente quebradas en la roca por la presión. O sea, exprimen la tierra como si fuera el medio limón seco de su casa, hasta sacarle la última y agónica gotita. Parte del agua con los tóxicos retorna a la superficie (entre 15 y 80% del fluido inyectado), y el resto queda en el fondo del pozo, contaminando las napas subterráneas, y el suelo bajo tus pies.
Solo es cuestión de tiempo, porque la burbuja de nuestra paciencia y las burbujas de las rocas también se agotan y ¿cuánto más piensan cavar? ¿Hasta dar con el mero magma, o peor aún (dios no lo quiera) hasta romperle el techo de la oficina a su jefecito, que dizque tiene un carácter de los mil diantres?Tiempo perdido, y esto es lo más triste de todo, que retrasa la conversión a energías limpias, que tienen un único inconveniente: son baratísimas o gratuitas, y están disponibles para todos.
¿Acaso dije lo más triste? No, hay algo más triste aún, más absurdo todavía, que resuena en esta frase que dijo, hace más de un siglo, Nikola Tesla: «Si utilizamos petróleo para conseguir nuestra energía, estamos viviendo de un capital que se agota rápidamente. Este método es bárbaro y dilapidador, y debería detenerse por el interés de las futuras generaciones».Esas futuras generaciones de las que hablaba Tesla ya somos nosotros. Su voz retumba en las ruinas de la torre de Wardenclyffe, que Tesla empezó a construir en 1901 para transmitir energía eléctrica inalámbrica a todo el mundo. Sí, oíste bien: mil novecientos uno, año en que el mismo Tesla patentó un aparato para la utilización de energía radiante del sol e incluso de los rayos cósmicos. Apenas 30 años antes de que estableciera los principios de la energía geotérmica, y la energía toroidal (la misma que alimenta desde los planetas y las galaxias, hasta las manzanas y tu cuerpo mismo). Y el tipo no era ningún improvisado, si de algo sabía es de energía: la corriente alterna que alimenta todas las casas y electrodomésticos de todo el mundo es obra suya, y, si J.P. Morgan y Rockefeller no hubieran mandado a la CIA a destruir su torre, y muchos de sus inventos en 1917, si no lo hubieran desacreditado como científico loco, y no hubieran ahogado financieramente a los que invertían en él, es muy probable que, desde hace más de cienaños,todos estuviéramos trasladándonos de aquí para allá en vehículos sin nafta ni humo. Gratis. Iluminándonos y calefaccionándonos gratis, en un clima mucho más benigno. En un mundo mojado mucho más por agua dulce que por lluvias ácidas y sangre humana. Porque, imaginémoslo fuerte: las guerras por petróleo no hubieran tenido ninguna razón de ser. La energía nuclear sencillamente no tendría sentido, y nunca hubieran sido ni Chernobyl, ni Hiroshima, ni Fukushima. Porque si algo sobra en este universo es energía. Inmensas, inagotables energías limpias, para nuestras pequeñas necesidades humanas.
La gran paradoja es que, en pleno siglo XXI, nosotros, seres dotados de inteligencia, parece que sabemos muy bien con qué combustibles funcionan nuestras máquinas, mientras tendemos a olvidar con qué combustibles funcionan nuestros cuerpos mismos, y los de todos los seres vivos que nos rodean. Nuestra nafta es una delicada combinación de agua, aire y alimentos que crecen en la tierra. Que a su vez se nutren de agua, aire, luz y de la tierra. Nunca olvidemos esto. Porque la verdadera guerra de los combustibles no es entre una empresa y otra, o un país y otro, por hacerse de los yacimientos y del dinero. La verdadera guerra, silenciosa e invisible, se da entre unos pocos que controlan el fluir del petrodólary todos los que rayan: el verdadero campo de batalla se da en nosotros, para que decidamos si queremos que nuestra sangre circule y se mantenga adentro de nuestras venas limpia y libre, o no.
Todos damos por sentado, quién más, quién menos, que la extracción de petróleo y gas es una especie de «mal necesario». Nos hemos acostumbrado a ver las fugas y derrames, los animales empetrolados, las matanzas en Medio Oriente, las prepotencias de las empresas en nuestros territorios, como un bajón que el discurso dominante justifica con un «pero bueno, acaso no estás disfrutando de la tecnología»? Estos son solo los daños colaterales del progreso». Ahí es cuando nos angustiamos ante la idea de perder nuestro mundo moderno, y ante la participación que nos cabe en esos daños colaterales. Ahora bien, vuelvo al principio y a los avisos clasificados: jamás hemos tenido realmente la libertad de elegir con qué energía andamos. Cuando te ataque esa angustia, acordate que no es tuya, es toda de ellos. Y nunca te olvides cuál es el combustible que te circula a vos por dentro.
Porque se trata, justamente, de no volver a las cavernas, de dejar de lado una tecnología retrógrada, nociva y excluyente, y empezar a acceder a otras fuentes limpias, libres e inagotables: ya podríamos estar volando. En vez de eso, fracking. Que en la lengua del amo significa quebrar, y, antes de quebrar la tierra, ellos saben bien que lo primero que tienen que quebrar es a vos, a tu libre voluntad, a tu inteligencia, a tu conciencia. Hacerte parte de un crimen que es de ellos. Y no vacilarían en quebrar hasta la composición de tu sangre y de la savia de todos los seres vivos si fuera necesario: ya lo han hecho tanto.
Que las palabras de dos científicos, el más célebre y el más olvidado, alumbren nuestros pasos: «Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad», dijo Einstein; «La distancia, que es el impedimento principal del progreso de la humanidad, será completamente superada, en palabra y acción. La humanidad estará unida, las guerras serán imposibles y la paz reinará en todo el planeta», dijo Tesla.
Estas palabras que están ante tus ojos, y esta acción que está en tus manos, se llaman frack you porque, cuando quiebran la tierra, es a vos a quien están quebrando.
*Escritora, miembro de las Asambleas Mendocinas por el Agua Pura.

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