Cometierra
Reyes trabaja en una escuela de Pablo Podestá, en la periferia bonaerense, a menos de 200 metros del cementerio donde están enterradas Melina Romero y Araceli Ramos. A estas dos adolescentes, víctimas de feminicidios, y a sus sobrevivientes está dedicada esta novela breve, llena de oscuridad pero también de poesía y de una fuerza imparable para salir adelante pase lo que pase.
El escenario ficticio podría ser cualquiera de las barriadas pobres que rodean a la capital argentina, muy distintas a la ciudad a pesar de estar sólo a unos pocos kilómetros. En una de esas casitas precarias que se levantan directamente sobre la tierra viven solos Cometierra y su hermano, el Walter. `Tendemos a pensar en estas poblaciones dentro de la marginalidad como algo excepcional y no lo es. Si te vas a la provincia de Buenos Aires, en el conurbano el 60% de los pibes y adolescentes son pobres y no por eso dejan de ser personajes hermosos con toda la potencialidad de la vida y de los encantos que traen. El tema es que no tienen respuesta a nivel estatal. Lo mismo pasa con las chicas víctimas de femicidio: los medios hegemónicos se paran a menudo en una mirada lejana y de desprecio y yo quería recuperar esas vidas hermosas y valiosas`, señala durante la entrevista, realizada en el departamento donde imparte un taller de narración ante la mirada curiosa de dos gatos.
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