elecciones2015

En las últimas semanas la política argentina sufrió un golpe inesperado y de consecuencias impredecibles: la aparición sin vida en su departamento de Puerto Madero del fiscal federal Alberto Nisman, que prometía incriminar al gobierno nacional con una fortísima denuncia por encubrimiento en la Causa AMIA.
En las primeras horas posteriores al hecho, el gobierno nacional intentó crear un discurso unificado en todas las esferas oficiales, buscando desligar al kirchnerismo de toda sospecha y fundando la hipótesis del suicidio. Luego, cuando las evidencias comenzaron a contradecir esa teoría, la Presidente redactó dos largas cartas publicadas por Facebook, que no sólo provocaron fuertes grietas en el propio seno de la Casa Rosada, sino que también debilitaron la ya endeble imagen del Frente Para la Victoria. Los encuestadores decidieron esperar un par de semanas para medir el verdadero impacto de la noticia en la población, y los resultados son elocuentes: en todas las provincias, la intención de voto del kirchnerismo cayó entre 10 y 20 puntos, y en algunos distritos aún más.
Ya a finales de enero el gobierno ensayó otras alternativas comunicacionales, que incluyeron un polémico documento conjunto de todas las autoridades del Partido Justicialista respaldando a Cristina Kirchner, y dos cadenas nacionales donde la victimización y los anuncios vacíos fueron protagonistas. Sin embargo, nada de esto alcanzó para resolver el problema de fondo, que es una cada vez más cercana derrota electoral. El fantasma de Nisman, como el personaje de una tragedia de Shakespeare, sigue rondando y está más vivo que nunca, y el gobierno necesita exorcizarlo.
A fines de 2014 el panorama era muy distinto. El Frente Para la Victoria se preparaba para dar batalla en las PASO, y se auguraba un resultado si no victorioso, por lo menos digno, que le permitiese tener un rol activo en caso de convertirse en oposición a partir del diciembre de 2015. El dramático giro de los acontecimientos hace que ahora la misma fuerza política vea la posibilidad cierta de sufrir una catastrófica derrota en agosto, y quedar incluso en un cuarto lugar en las generales de octubre, lo que significaría prácticamente el final del kirchnerismo en términos de poder real.
Con esta lectura, respaldada por sondeos de encuestadoras de todos los colores y por la opinión de los gobernadores, en la Casa Rosada se evalúa seriamente dar un nuevo golpe de timón que le permita tomar nuevamente la iniciativa electoral: suspender las PASO de agosto e ir directamente a elecciones generales en septiembre.
La jugada no es nueva, en el año 2009 la Presidente adelantó los comicios, que debían celebrarse en octubre, y los realizó en junio. En aquel momento, el gobierno invocó como excusa la “crisis internacional”y Cristina Kirchner afirmó que “sería suicida obligar a la sociedad a discutir cuestiones electorales hasta octubre mientras el mundo se cae a pedazos”. Si bien esas elecciones terminaron en derrota, el oficialismo pudo recuperarse y dos años después venció con relativa comodidad a una oposición eternamente fragmentada.
Este año no hay margen para invocar una crisis internacional, por lo menos hasta el momento, pero sí hay un “argumento” que incluso contaría con el aval de buena parte de la población: decir que las PASO representan un gasto extraordinario e innecesario y que obligan a la gente a votar muchas veces. Atento al hastío de la sociedad ante la posibilidad de votar entre cuatro y seis veces en un año, dependiendo de la provincia, el anuncio sería muy bien recibido.
No obstante, este proyecto también le permitiría al kirchnerismo lograr otro importante objetivo: poner en crisis a la oposición. Hasta el momento, las dos fuerzas con posibilidades de ganar las elecciones están utilizando el mecanismo de Primarias como un elemento aglutinador, ya que pueden incorporar a distintos sectores para que apoyen y militen por un candidato a presidente bajo la premisa de poder tener su propia lista dentro de las internas, es decir, de ser protagonistas. Así, se da el caso del Frente Renovador de Sergio Massa, que en algunos municipios tiene hasta 8 candidatos a intendente, y el PRO, que en estas horas selló un acuerdo para que Mauricio Macri y Elisa Carrió lideren una interna opositora que podría arrastrar millones de votos. El destino de UNEN, que ya está en duda, se haría absolutamente inviable ante el escenario de un exceso de precandidatos presidenciales y una ausencia de primarias. Incluso el fenómeno se repite en fuerzas minoritarias como el Frente de Izquierda, que podría verse obligado a ir a internas, ya que las diferencias entre el Partido Obrero y el PTS se tornan cada vez más irreconciliables y el sueño de Saúl Wermus (mejor conocido por su seudónimo “Jorge Altamira”) de encabezar la fórmula no es visto con agrado por el resto de sus aliados. El interrogante es qué ocurriría si, de la noche a la mañana, las PASO desaparecen. ¿Cómo resuelve sus internas Massa si todos los “pre-candidatos” tienen que ser ordenados en una lista única en la que indefectiblemente habrá desplazados y heridos? ¿Cómo seguirá la alianza entre Macri y Carrió? ¿Podrá seguir el trotskismo con su guerra fría y aceptar una unidad que las bases ya no toleran?
Sin las PASO, el Frente Para la Victoria no tendría mayores problemas. Acostumbrado a la verticalidad propia del justicialismo, el kirchnerismo es capaz de armar listas únicas. Si bien tendrá un costo, el mismo sería infinitamente menor al que pagarían sus rivales, y esa sería su ventaja: dividir para vencer. De acuerdo a los impulsores de esta idea, aún sin ganar el FPV haría una elección superior a las actuales expectativas, que le garantizaría una nutrida cantidad de gobernadores, intendentes y legisladores “leales” con los que podría mantenerse cohesionado y listo para el 2017 y el 2019.
Políticamente, al gobierno le interesa perjudicar más al Frente Renovar que al PRO. El FPV preferiría y hasta querría perder con el PRO. Los funcionarios kirchneristas saben que quien asuma el próximo período se encontrará con un estado financiero peor que el enfrentó Fernando De la Rúa después de la década menemista, y que la caída de la Alianza fue precisamente por no tener en sus bases sectores justicialistas que le diesen fuerzas para soportar los embates políticos. El kirchnerismo pudo sobrevivir a seis años de cacerolazos, el delarruísmo cayó al mes de protestas de la clase media. Si Massa triunfase, al menos podría ganar el apoyo de sindicatos peronistas y de dirigentes que se ponen al servicio del poder de turno, siempre que éste tenga algo de ADN del PJ. En el caso de Mauricio Macri, esto no ocurriría. Es sabido que el actual Jefe de Gobierno porteño apuesta a una economía de corte neoliberal, y que sus medidas de ajuste ya son moneda corriente en la Ciudad. Un nuevo presidente con estas características, sin presupuesto y sin cuadros políticos hábiles, en un año podría entrar en crisis, y es en esa crisis donde el kirchnerismo se ve renaciendo como supuesto “salvador”, una idea que probablemente no se condiga con la realidad de los hechos, pero que al oficialismo le suena bien.
Por supuesto, también este proyecto aportaría un alivio económico, puesto que las PASO no dejan de ser un gasto presupuestario importante, y en tiempos donde cada peso vale y se necesita para derivarlo a subsidios, una caja extra es bienvenida.
Las definiciones se esperan para las próximas semanas. Por ahora, la iniciativa del adelantamiento sólo es manejada por un pequeño grupo de “ingenieros electorales”, que incluyen a funcionarios de experiencia como Carlos Zannini y a diputados como Jorge Landau, acostumbrado a interferir en cada comicio para beneficio de su partido. Asimismo, el oficialismo tiene la tranquilidad de que ya domina al Juzgado Electoral bonaerense, lo que implica controlar el distrito donde reside el 42% de los votantes a nivel nacional. Todos los factores están dados, pero la decisión final está en manos de la persona más imprevisible del país: Cristina Kirchner.

Redacción de Libre Opinión
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